Skip to main content

Alicia Pattacini, una jubilada de 77 años que tuvo polio 11 años antes de que Jonas Salk presentara la primera vacuna contra la enfermedad, recordó que parte de su trabajo consistió en la aplicación de la Sabin Oral en el centro de salud en el que trabajaba como secretaria y donde «cada vez que veía alguien con niños le decía ‘¡vacúnense!'»

«La gente estaba emocionada con las nuevas vacunas, sobre todo con la segunda: yo la ponderé mucho y cada vez que veía alguien le decía ‘vacúnense'», contó a Télam esta mujer que camina con una prótesis en su pierna izquierda y dos bastones canadienses por las secuelas de la enfermedad.

Pattacini trabajaba como secretaria en el Centro de Medicina Física y Rehabilitación (CEMEFIR) de San Justo en los años 60, cuando se comenzó a aplicar la vacuna de virus atenuado (OPV) desarrollada en 1961 por Albert Sabin.

«Yo trabajaba por la mañana y me ofrecieron hacer horas extras a la tarde para vacunar, que en realidad era ponerle dos gotitas de la vacuna dentro de un terrón de azúcar que le dábamos a los nenes, porque era muy amarga y no querían saber nada», contó.

Cómo fue su caso

La menor de tres hermanos, Alicia caminaba perfectamente cuando a los 20 meses contrajo poliomielitis en la pequeña localidad cordobesa de Villa Valeria donde por entonces vivía.

«Yo lloraba mucho y, cuando me quisieron parar, se me doblaban las piernitas. El médico del pueblo se fue a estudiar los libros y volvió diciendo que ‘sospechaba que era una especie de parálisis'», contó.

Por entonces, el gobierno nacional había dispuesto pasajes gratis en tren para que los chicos sospechosos de padecer poliomielitis viajaran con sus madres a Buenos Aires, donde les daban 20 días de alojamiento, hasta tanto fueran diagnosticados.

«Algunos quedamos internados y las madres se tenían que volver a sus provincias, porque tenían otros hijos», relató a Télam Pattacini.

Alicia tuvo que permanecer cuatro años internada en el Hospital de Niños para ser sometida a distintos tratamientos de rehabilitación.

«Mi madre venía a verme tres veces por año y yo le decía ‘tía’, y en cambio le decía ‘mamá’ a la hermana de la suegra de una tía mía, que vivía cerca del hospital y se comprometió a visitarme seguido para mandar noticias. Ella era muy buena, me llevaba potes de dulce de leche y caramelos», evocó.

Mientras tanto, Alicia reaprendió a caminar, primero con andador y prótesis en ambas piernas, luego ya solo con bastones hasta que, cuando tenía 6 años, le dijeron que ya podía volver a su casa donde le esperaba la tarea no menos ardua de restablecer el vínculo con su padre y hermanos.

Cuando tenía 9 años, Alicia y su familia se trasladaron al conurbano bonaerense donde terminó la escuela mientras proseguía su rehabilitación.

Pero fue su inscripción en el club Marcelo J. Fitte lo que le dio no sólo los contactos para acceder a su primer trabajo sino también un buen grupo de amigos y hasta el único viaje trasatlántico realizado en su vida.

La lucha fue dura, pero me dio la posibilidad de estar en Buenos Aires, de estudiar, de trabajar fuera de casa y de viajar al exterior

 Alicia practicaba allí lanzamiento de disco y jabalina cuando le ofrecieron ser parte de la delegación argentina que participaría de la edición 1964 de los Juegos Stoke Mandeville de Londres, los precursores de los juegos paralímpicos.

«Fue una maravilla ese viaje. A mí se me caían las lágrimas de ver gente con tanta discapacidad que ganaba medallas de oro», contó.

Con el tiempo Alicia consiguió trabajo en CEMEFIR, se compró un auto con comando manual de pedales, se casó y tuvo dos hijos. Ya viuda y con tres nietas, hoy ella no reniega para nada de la enfermedad.

«Si yo no hubiese tenido polio no hubiese salido de mi pueblo. La lucha fue dura, pero me dio la posibilidad de estar en Buenos Aires, de estudiar, de trabajar fuera de casa, y de viajar al exterior», concluyó.