Arquitecto, escultor y premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, cumplió este viernes 90 años y mantiene desde el Servicio Paz y Justicia (Serpaj) y la Comisión Provincial de la Memoria (CPM) su compromiso con la defensa de los derechos humanos y una lucha pacífica por los derechos de los pueblos que buscan su liberación.
Sus primeros años
Pérez Esquivel nació en Buenos Aires el 26 de noviembre de 1931, en San Telmo, y su padre era Cándido Pérez González, un inmigrante que gallego que dejó su Pontevedra natal y crio a sus hijos en medio muchas penurias económicas.
Al no poder sostener a sus hijos, decidió enviarlos al Patronato de los Español de Colegiales, y en esa institución, Adolfo comenzó a hilvanar su pasión por escultura y el tallado de la madera, en lo que serían sus primeros pasos de su carrera como artista.
Por esos años que marcaron su niñez, y cuando su padre volviera a España, Pérez Esquivel convivió mucho tiempo con su abuela Eugenia en una casa de Haedo.
Esa mujer, que casi no hablaba castellano y tenía al Guaraní como lengua materna, le inculcó de manera espontánea a su nieto un apego por la tradición, la cultura y la historia de los pueblos originarios de la América profunda.
Con los años, la familia pudo volver a reunirse en una casa de San Telmo, y Adolfo completó su educación en un colegio franciscano, donde hizo «una relectura de la fe cristiana, la cual no puede ser vivida sino se comparte con el prójimo».
Desde muy chico trabajó con la madera y en la adolescencia comenzó a estudiar en el colegio de las Bellas Artes Manuel Belgrano, en el barrio de Retiro, mientras militaba en grupos juveniles en los barrios conoció a los 15 años a quien sería su esposa, Amanda Gerreño, que sería pianista, compositora y docente.
Ambos estudiaron en la Universidad Nacional de La Plata, donde Adolfo se formó como escultor y Amanda perfeccionó sus estudios en música y composición.
Su camino en la lucha por los Derechos Humanos
En un país y un mundo que se convulsionaban en medio de luchas sociales y políticas, Pérez Esquivel conjugó su trabajo artístico con su militancia social en el cristianismo de base y al calor de la Teología de la Liberación.
Lideró movimientos de no violencia y en 1973 fundó el periódico «Paz y Justicia» para difundir dicha filosofía y continuar con su apoyo a la organización de grupos de base con sectores populares.
La violencia desatada en todo el continente iberoamericano y las graves violaciones de los derechos humanos, lo llevaron comprometerse con movimientos cristianos de otras partes del continente.
En 1974, en Medellín, Colombia, se le designó como coordinador general del Servicio Paz y Justicia para América Latina, compuesto por grupos y movimientos que trabajaron para lograr la liberación por medios no-violentos.
Un año más tarde, resultó detenido y encarcelado por la policía militar de Brasil en el aeropuerto de Sao Paulo, junto a la Hildegard Goss-Mayr, del Movimiento Internacional de la Reconciliación.
En 1976, terminó en prisión en Ecuador junto con obispos y religiosos latinoamericanos y estadounidenses que denunciaron en ese país la situación de violaciones a los derechos humanos que se cometían.
Tras el golpe de Estado del 24 de Marzo de 1976, el Serpaj asumió una tarea activa en la defensa de las víctimas del terrorismo de Estado en Argentina, y colaboró en la conformación de grupos como Madres de Plaza de Mayo y Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas.
En 1977, los agentes de la dictadura cívico militar lo secuestraron y torturaron en dependencias de la Policía Federal, y durante su cautiverio se salvó de ser arrojado a las aguas del Río de la Plata como parte de los denominados «Vuelos de la Muerte», uno de los métodos que empleaban los militares para desaparecer a los detenidos.
Sin juicio, fue detenido a disposición del Poder Ejecutivo que encabezaba el dictador Jorge Rafael Videla, y en esa condición permaneció durante 14 meses y durante el mismo período bajo libertad vigilada.
El Nobel y una reivindicación para las organizaciones
El 13 de octubre de 1980, Pérez Esquivel recibió en la sede de la embajada noruega en Buenos Aires la noticia de su designación como Nobel de la Paz, decisión que representó un duro golpe para la dictadura y aire fresco para las organizaciones que buscaban canales para difundir las violaciones a los derechos humanos que se multiplicaban en el país.
Pérez Esquivel es «uno de los argentinos que han aportado un poco de luz a una noche profunda», destacó en su anuncio el Comité Nobel, que puso de relieve la tarea por los DDHH «a través de una política de no violencia».
Para entonces, Argentina ya tenía otro Premio Nobel de la Paz: el diplomático Carlos Saavedra Lamas lo había logrado en 1936, por su mediación en la guerra entre Bolivia y Paraguay.
Un día después de conocerse el premio, el dirigente dio una conferencia de prensa en la sede del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), con imágenes del Papa Juan Pablo II y el cardenal Arnulfo Romero detrás, en la que juzgó que la elección lo animaba a «continuar el trabajo para crear una sociedad en la que el hombre pueda vivir más dignamente».
«Es evidente que en Argentina no se respetan los derechos humanos: existen miles de desaparecidos, los niños nacen en las cárceles… Nuestro trabajo consiste en buscar una solución a este drama por la dignidad de la persona», subrayó entonces.
Y expresó que compartía el Premio con el Movimiento Ecuménico por los Derechos del Hombre (MEDH), la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y las Madres de Plaza de Mayo.
Entre las primeras reacciones al Nobel argentino se contaron la organización Amnistía Internacional; la secretaria de Estado adjunta para los DDHH de Estados Unidos, Patricia Derian; el Consejo Mundial de Iglesias, y varios países de la región, que festejaron que el premio quedara para un latinoamericano.
El diario Clarín reseñó entonces que la embajada argentina en Oslo dijo desconocer a Pérez Esquivel cuando un periodista solicitó una foto y que algún medio extranjero hasta lo citó como de nacionalidad brasileña.
El poco nivel de conocimiento de la figura parecía un dato: en el material que dio cuenta de la noticia, la agencia Télam afirmó que Pérez Esquivel «no había alcanzado hasta aquí trascendencia pública ni una repercusión social que lo elevara a la consideración de sus compatriotas ni mucho menos de la comunidad internacional».
En la actualidad, además de ser Presidente del Consejo Honorario del Servicio Paz y Justicia Latinoamericano y de la Comisión Provincial por la Memoria, es Presidente de la Liga Internacional para los Derechos Humanos y la Liberación de los pueblos, con base en Milán, Italia.
También es miembro del Tribunal Permanente de los Pueblos e integrante del Comité de Honor de la Coordinación internacional para el Decenio de la no violencia y de la paz.
Es también presidente honorífico de la Fundación Universitat Internacional de la Pau de Sant Cugat del Vallés (Barcelona). Y desde el 2004 forma parte del Jurado Internacional del Premio de Derechos Humanos de Núremberg, que cada dos años otorga un premio a organizaciones o personas que se destacan en la promoción y defensa de los derechos humanos en el mundo, aun con el riesgo de su propia vida.