A cinco años de la primera marcha de #NiUnaMenos, la co-fundadora de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (Ragcyt), coordinadora de Red de Cannabis y sus usos medicinales (Racme) del Conicet, la investigadora Silvia Kochen aseguró que esa movilización «tuvo un gran impacto pero hay que seguir peleando por derechos» porque todavía cuando una becaria queda embarazada «hay quienes lo presentan como ‘un problema'».
Kochen es profesora adjunta de Neurología en la Facultad de Medicina de la UBA y directora de la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencia y Sistemas Complejos (ENyS, Conicet-HEC-UNAJ) y del centro de Epilepsia del Hospital «El Cruce» de Florencio Varela.
Actualmente coordina un proyecto que es «un tablero epidemiológico que permitirá obtener información al instante y clara para administrar eficientemente los recursos de El Cruce y otros hospitales de la zona sudeste» frente a la pandemia.
Además, acaba de estrenar por la Televisión Pública un documental que guionó y dirigió sobre la vida de Sara Méndez, una militante social uruguaya que fue secuestrada durante la dictadura en Argentina y separada de su hijo, a quien logró recuperar 26 años después.
En el quinto aniversario de la primera marcha de Ni Una Menos, que se celebra este miércoles, Kotchen dialogó con Télam sobre género, ciencia y pandemia.
Télam: ¿Cómo surgió la Ragcyt?
Silvia Kochen: Ana Franchi, Diana Maffia y yo nos asumíamos como feministas en nuestra práctica privada y pública. En 1994 cuando se estaba preparando el foro paralelo a la Conferencia Mundial sobre las Mujeres «Beijing 1995», participamos de un encuentro de ciencia en Mar del Plata y charlando nos dimos cuenta que la realidad de las mujeres en la ciencia y la tecnología no estaba visibilizada.
Para ver cómo estábamos tomamos algunos indicadores como cantidad de mujeres y hombres dentro del sistema científico y daba bastante parejo, entonces lo primero que advertimos es que hay indicadores que a veces oscurecen. Decidimos ver qué lugares ocupábamos las mujeres y no se podía porque el sistema no lo tenía discriminado, así que hicimos la tarea artesanalmente a partir de los cuit. Lo que encontramos fue la famosa «tijera», esto es que en la base del sistema éramos más mujeres pero a medida que iba aumentando la categoría las mujeres vamos disminuyendo.
Y haciendo un análisis por antecedentes, las mujeres necesitábamos mucho más currículum que los hombres para acceder a la misma posición.
T: ¿Qué pasa hoy?
SK: Han habido mejoras y esta realidad es mucho más visible, pero estructuralmente se mantiene, sigue habiendo una relación asimétrica en el sistema científico-tecnológico y en las universidades. Uno de los análisis que hicimos en los ’90 fue entrevistar a mujeres que habían logrado posiciones destacadas y lo que hallamos es que habían tenido que elegir entre formar una pareja y tener hijos o su carrera científica porque decían que «las dos cosas eran imposibles».
Pocos años atrás hicimos un trabajo donde entrevistamos becarias, que es el escalafón más bajo del sistema, lo que vimos es que a igual posición y edad, los varones tenían hijos y las mujeres no. Entonces, uno se plantea: esto es una elección o hay algo del reloj biológico que hace que lo posterguemos porque hay que terminar la tesis, el posdoctorado, los viajes y luego ya no podemos. Por supuesto que no creo que toda mujer deba ser madre, pero sí que aquella que lo desea no tenga que elegir entre su carrera o su maternidad.
Yo sigo viendo colegas que son muy macanudos pero que en el momento en el que una becaria pide que se le postergue un plazo cuando lo explican dicen «tuvo un problema» y cuando una que conoce el paño e indaga resulta que fue mamá.
T: ¿Cuál fue el impacto de Ni Una Menos (NUM) en la comunidad científica?
SK: Hay algo que sucede cuando te encontrás con pares que tiene una fuerza imparable. Cuando una mujer toma conciencia de que lo que le está pasando no es un problema personal, que no es que no se supo defender o no supo posicionarse sino que hay un poder estructural machista que nos desprecia y descalifica, es un camino de ida. Yo lo veo en mis compañeras científicas, sobre todo en las más jóvenes, y esto no sólo fue impulsado por el NUM sino también por la lucha por el aborto seguro, legal y gratuito. Pero hay que seguir trabajando por el desarrollo de esta conciencia y por los derechos concretos.
T. ¿Qué rol están teniendo las científicas en la pandemia?
SK. La mayor parte de las investigaciones que se están realizando están a cargo de mujeres. Y si bien no lo estudié, tengo la sensación que esto se debe a que las mujeres hemos desarrollado durante toda la vida un entrenamiento para enfrentar lo imprevisto, por ejemplo tenés mil tareas agendadas pero tu hijo se levantó con fiebre entonces te cambió todo el día. Esto hace que ante una situación impensada como la pandemia, nosotras cambiemos la línea que veníamos trabajando y nos pongamos al servicio de lo que se necesita.
T: De esa versatilidad nos habla también que ahora seas cineasta, ¿cuándo surgió esa faceta?
SK: Siempre me gustó el cine y en 2012 mi hija más chica se fue a vivir sola y empecé a estudiar. Me anoté con mi primer nombre, que es Sara, y cursé toda la carrera sin contarle a nadie a qué me dedicaba. Cuando al final de la carrera nos proponen un trabajo pensé en hacer un documental sobre la vida de Sara Méndez, cuya historia siempre me había conmovido. Cuando el domingo pasado se estrenó el documental en la TV Pública fue como una salida del clóset y más allá de lo personal me da mucha felicidad que esta historia se conozca y sea un aporte para que Nunca Más.